martes, 14 de agosto de 2007

LA IZQUIERDA CHILENA Y LA ENCUESTA ADIMARK

Un significativo antecedente pareciera haber pasado desapercibido en los resultados de la Encuesta Adimark correspondiente a julio: el crecimiento del respaldo ciudadano a la izquierda y el estrecho margen de diferencia en que el Juntos Podemos aparece respecto de las coaliciones políticas del establishment.

En efecto, el aspecto más resaltado fue que por primera vez el nivel de desaprobación de la Presidente Michelle Bachelet es mayor que el respaldo. Aunque la aprobación a la Mandataria registró sólo una leve baja respecto del mes anterior, llegando al 41,5%, fue el porcentaje de desaprobación el que saltó al mayor nivel en todo su mandato, con un 42,8 por ciento. Del mismo modo, la evaluación en el manejo de la economía registró una baja de ocho puntos, desde un 43% en junio a un 35% en julio.

Por otra parte, en la prensa se circunscribieron a reproducir la siguiente afirmación de la presentación del estudio, referente a las coaliciones políticas: “Continúa el alto nivel de desaprobación a la forma como se percibe se están desempeñando. La Concertación y la Alianza empatan en una evaluación muy negativa. El 50% de la población afirma no identificarse con ninguna de las coaliciones políticas existentes, incluyendo la izquierda extraparlamentaria de Juntos Podemos”.

La encuesta concluyó que el 57,8%, al margen de su posición política, desaprueba cómo la Concertación “está desarrollando su labor”, y el 57.9% desaprueba a la Alianza en esa materia.

La única pregunta de la encuesta Adimark que se refería específicamente al pacto Juntos Podemos era la siguiente: “¿Con qué pacto político se siente más identificado?”, frente a las siguientes alternativas dadas: Alianza – Concertación – Juntos Podemos.

A este respecto, los resultados fueron los siguientes: la Concertación registró un 23,6%; la Alianza marcó un 14,6% y el Juntos Podemos un 11.7 por ciento. Habría que agregar que la alianza de la izquierda aumentó 3,1 puntos respecto de la encuesta anterior, en la que logró un 8.6 por ciento. Un 50,1% manifestó no identificarse con ningún pacto o se reconoció como independiente.

Este nivel de respaldo ciudadano del Juntos Podemos es particularmente sugerente, si se considera que la derecha sólo supera al pacto de izquierda por 2,9 puntos.

Más aún, si se compara con los resultados de las elecciones parlamentarias del 2005, en las que el Juntos Podemos solamente logró un 7,40% de apoyo (mientras que la Alianza llegó al 38,72 y la Concertación al 51,76). En las elecciones presidenciales de este año, el candidato Tomás Hirsch llegó al 5,40%, mientras que la candidatura del oficialismo obtenía un 45,96 frente a un 48,64 de los votos conjuntos de Sebastián Piñera y Joaquín Lavín.

En el estudio de Adimark, el Juntos Podemos aparece con 4,3 puntos adicionales –si se compara con la contienda parlamentaria– y 6,3 más si se compara con los comicios para la Presidencia de la República.

En las elecciones municipales del 2004, el Juntos Podemos registró su más alto nivel de respaldo ciudadano desde su constitución: un 9,17%. En esta ocasión, la Alianza logró un 37,68 por ciento y la Concertación un 47,89%. En la encuesta Adimark la izquierda apareció con cerca de dos puntos y medio adicionales.

Por lo anterior, es evidente que el incremento del descontento ciudadano ha impactado directamente al Gobierno y a la Concertación y, al mismo tiempo, a la Alianza, pues lo notorio es que no ha sido capaz de capitalizar la crítica al oficialismo. Es necesario que se observe, en este sentido, que en la encuesta de Adimark de abril la coalición de la derecha marcó 21,6 puntos, lo que implica que experimentó una significativa perdida de apoyo ciudadano de 7 puntos.

Por tanto, aquel 50,1% que expresó en la encuesta que no se identificaba con ningún pacto, representa –en un porcentaje predominante– el universo de los desencantados con las coaliciones del establishment, quienes son precisamente aquellas que registran unos porcentajes de respaldo ciudadano muy por debajo de los resultados que obtuvieron en las dos últimas elecciones generales (un fenómeno que no ocurre, por el contrario, con el Juntos Podemos, que obtiene un nivel superior de respaldo).

Para los efectos del análisis, es imprescindible tener en consideración que el resultado que el Juntos Podemos obtuvo en la encuesta Adimark, se dio en un contexto específico en el mundo de la izquierda: la pérdida de su iniciativa política conjunta desde la misma noche de la primera vuelta de los comicios presidenciales de diciembre de 2005, cuando cristalizaron en su interior dos enfoques diferenciados para enfrentar la coyuntura. A ese hecho habría que agregar el componente de que uno de los sectores del Juntos Podemos, el que se identificó entonces con el voto nulo, en el período posterior ha desarrollado una persistente práctica confrontacional respecto de quienes adoptaron la política de la lucha contra la exclusión.

Para expresarlo en otros términos, este incremento del respaldo ciudadano a la coalición de la izquierda, que se reflejó en la encuesta Adimark, se produjo a pesar de la propia izquierda. No fue, ciertamente, el resultado de una capacidad de posicionar una política coherente y compartida.

Por lo tanto, no resulta muy complejo inferir que la izquierda, en el caso de resolver sus divergencias o –por lo menos– recuperar una capacidad mínima de desarrollar acciones comunes, podría experimentar un crecimiento mayor en su respaldo ciudadano, lo cual seguramente todos concordarán que es una condición necesaria para instalarla como una alternativa nacional de poder frente al dominio del neoliberalismo.

Ello resulta particularmente cierto si se considera que el incremento del universo de los descontentos que reveló la encuesta Adimark muestra en forma contundente que existe un enorme espacio para el desafío político de la acumulación de voluntades ciudadanas, un campo de construcción con un volumen inédito en 17 años de democracia pactada.

En caso contrario, lo más probable es que una parte de ese 50,1% sea recolonizado por el poder del dinero y otro segmento perviva en el escepticismo respecto de la política y los políticos en general. Por cierto, se equivocan los que se imaginan que el descontento pudiera traspasarse en forma mecánica a la izquierda, sin que aquella se posicione como alternativa consistente y viable de gobierno. Ello no se resuelve tampoco –obviamente– con una mera defensa retórica de la identidad del espacio de alianza que se construyó en el 2003, tampoco transformando en un dogma sus planteamientos fundacionales.

Una contribución al esfuerzo pudiera estar dada por la consolidación de esa diversidad que es fundamental para su desarrollo, constituyendo nuevos sujetos políticos dotados de legalidad. Es el sentido del paso que ha resuelto dar la Izquierda Cristiana, el que ha sido recibido con gran satisfacción por una pluralidad de actores que concurrieron a la creación del Juntos Podemos.

La resolución de los problemas de la izquierda pasa, como siempre, por combinar dosis contundentes de audacia para reconocer los cambios en el escenario político, creatividad para elaborar proposiciones programáticas a la altura de los desafíos y generosidad para caminar juntos en el complejo universo de la diversidad.

Por Víctor Osorio Reyes. Director Periodístico de Crónica Digital

Santiago de Chile, 6 de agosto 2007
Crónica Digital

sábado, 16 de junio de 2007

LA BRUTAL EMBESTIDA CONTRA LOS PINGUINOS



Tras la contundente movilización realizada por los estudiantes secundarios hace un año, el Gobierno preparó una rigurosa estrategia para prevenir la irrupción de una nueva embestida social de los pingüinos. Todo indica que no le resultará fácil lograr sus propósitos.

Nadie desconoce el impacto de la movilización convocada en mayo del 2006 por la Asamblea de Estudiantes Secundarios. Provocó la primera “crisis política” de envergadura que enfrentó el Gobierno de Michelle Bachelet. Y puso en jaque, en el ámbito del sistema de educación, la sustentabilidad del modelo neoliberal, que con tanta pasión han preservado las Administraciones de la Concertación, con la colaboración del conjunto del establishment.

Los expertos en ingeniería política de Palacio elucubraron entonces un completo plan para prevenir la reemergencia de un escenario similar, que en las últimas semanas se ha puesto en marcha con una brutal consistencia. La fórmula no es novedosa: combina el intento de quitar legitimidad al movimiento y la represión en su contra.

El único problema para el éxito de esta estrategia es que no se hace cargo de la legitimidad del contenido mismo de las demandas que han sido planteadas por los estudiantes. “Queremos dignidad, nos que nos eduquen para seguir siendo pobres. Estamos cansados de que nos sigan robando (...) Exigimos que nuestros colegios vuelvan a manos del Estado y garantizar la equidad que nunca hemos tenido”, señaló Zainab Ebrahimi, presidenta del Centro de Alumnos del Liceo 7 de Niñas de Santiago.

LA ESTRATEGIA DE PALACIO

Los aspectos más visibles del diseño del Gobierno fueron la resolución de las demandas más inmediatas (la denominada “agenda corta”) y la constitución del Consejo Asesor Presidencial de Educación, a partir de cuya labor se presentaron este año proyectos como la Ley General de Educación (LGE), en reemplazo de la LOCE.

De este modo se creaba la imagen (ilusoria) de que las demandas planteadas por el movimiento estudiantil secundario habían sido resueltas y que, por lo tanto, ya no existía justificación para su movilización, como si el sistema educacional hubiera experimentado transformaciones significativas en este período (lo que, obviamente, no ha ocurrido) y como si las iniciativas legales propuestas por el Ejecutivo recogieran la totalidad de la demanda estudiantil (lo que no es efectivo en aspectos clave, tales como la municipalización de la enseñanza y la Jornada Escolar Completa).

Esa imagen ilusoria, en el cálculo del Gobierno, quitaría legitimidad en el plano de la opinión pública a una posible movilización estudiantil. “La movilización no tiene justificación”, sería el obvio mensaje.

Los aspectos más turbios de aquella estrategia tenían dos vectores. El primero, erosionar la fortaleza organizacional del movimiento estudiantil, a través de la cooptación de liderazgos y la introducción de “cuñas internas” (por la oposición de la estructura de la Región Metropolitana con las otras Regiones, o el conflicto entre los jóvenes partidarios de intensificar la movilización social versus los más proclives al “diálogo” y la negociación).

El mensaje también sería inequívoco: “El movimiento estudiantil está dividido. Ya no tiene la fortaleza y la mística de hace un año”. En el marco del desgaste de la capacidad movilizadora, a raíz de las maniobras ya señaladas, se introduciría otro mensaje: “La movilización tiene una convocatoria más reducida en relación a la ocurrida en mayo del 2006. Es empujada sólo por un grupo minoritario”.

Por cierto, la estrategia no tendría viabilidad sin un permanente refuerzo de los medios de comunicación del establishment, preocupados –más que por la buena salud del Gobierno– por los posibles efectos que la lucha de los pingüinos puede provocar sobre la estabilidad del modelo con el cual están comprometidos, por el camino de mostrar la fecundidad del camino de la movilización. Como señaló “La Tercera” en su Editorial del pasado 7 de junio, el problema es que se instale “en algunos sectores la idea de que medidas de fuerza (…) pueden ser útiles para satisfacer demandas sociales”…

Los mensajes, claro, también son ilusorios. Primero, porque parte significativa de las fracturas del movimiento estudiantil, base de su eventual menor fortaleza en el plano de organización y movilización, han sido inducidas por la iniciativa del propio oficialismo… En segundo lugar, porque coyunturas como la ocurrida en mayo del año pasado, el nivel de unidad del movimiento y la envergadura de su movilización, son más bien excepcionales.

En rigor, las controversias internas son propias de todo movimiento social, y el movimiento estudiantil secundario no es ajeno a esa característica. No es, por lo tanto, un indicador válido para medir su legitimidad. Asimismo, cada una de sus movilizaciones debe ser evaluada según sus propios méritos y el hecho que cada una de ellas no tenga la misma envergadura que la mayor que han realizado con antelación no significa que esas acciones carezcan de consistencia.

El país pudo conocer esta estrategia en octubre del año pasado, cuando ocurrió el último intento de los estudiantes por desencadenar movilizaciones. En una concertada respuesta, todas las autoridades manifestaron que las protestas “ya no tienen justificación” y que eran impulsadas por un “grupo minoritario”.

El segundo vector es aún más turbio. Es la represión.

Este aspecto del diseño fue la expresión de una drástica resolución política, que –conforme al brillante análisis de los estrategas palaciegos– identifica la causa del descenso de la adhesión ciudadana al Gobierno en el marco de la “revolución pingüina” a la “imagen de incapacidad del Ejecutivo por mantener el control del orden público”.

Además, la represión era un componente clave del éxito de la estrategia, pues se retroalimentaba con el propósito de erosionar la fortaleza del movimiento, pues lo que pretendía era ciertamente introducir la variable del temor, como sustento para la desmovilización de amplios sectores de los estudiantes.

El “ensayo general” también pudo observarse en octubre del 2006. Frente a las tomas de liceos, se dispuso el inmediato desalojo policial, en recordados casos como los Liceos Lastarria de Providencia y Nº 1 de Niñas de Santiago. Después, se instruyeron medidas administrativas, expresadas en matrículas condicionales y expulsiones.

Habría que agregar un hecho muy importante, que pasó más desapercibido por la opinión pública: a finales del pasado año escolar o en los inicios del actual, se procedió a sancionar con cancelaciones de matrícula a innumerables jóvenes, a los que se destacaron en el liderazgo de la “revolución pingüina”… Pudieron continuar sus estudios en otros establecimientos, en los que carecían de historia y trayectoria dirigencial. De esta forma, se golpeaba a la organización estudiantil en sus propias bases.

EJECUCIÓN DE LA ESTRATEGIA

En la actual coyuntura, la operacionalización del “diseño estratégico” ha podido ser apreciada en toda su magnitud, luego del reinicio de la movilización, a partir de la primera ocupación del Liceo Manuel Barros Borgoño.

Por la mañana del miércoles 6 de junio, el Instituto Nacional apareció tomado por un grupo identificado con la Asamblea Nacional de Estudiantes Secundarios (ANES). El Centro de Alumnos del establecimiento se había retirado hace unas semanas de la organización, con otros “liceos emblemáticos”, para formar una nueva entidad denominada “Asamblea General de Estudiantes Secundarios”.

Ya en la primera hora de la toma, los medios de comunicación del establishment habían instalado la idea que la ocupación era protagonizada por “un grupo de estudiantes descolgados de la decisión que adoptaron los propios institutanos al votar en contra de la movilización” (sic).

La aseveración fue recogida por “La Tercera” en su Editorial del día siguiente, el que señaló que la toma del Instituto Nacional impidió a “la gran mayoría de los estudiantes asistir normalmente al establecimiento”. Más aún, indicó que “una de las principales características que dieron fuerza a la protesta estudiantil del año pasado fue la unidad y la responsabilidad del movimiento”, cosa que no se apreciaría ahora. En el caso del Instituto Nacional, enfatizó, “la participación de un grupo de estudiantes que adhieren a la Asamblea Nacional de Estudiantes Secundarios de la que se retiró el establecimiento con otros liceos emblemáticos da cuenta del evidente quiebre que hay en el movimiento”. Y citaba las primeras declaraciones del presidente del Centro de Alumnos de ese colegio criticando la movilización.

Luego, sentenciaba que “los desalojos son una medida correcta y necesaria, que busca dejar clara la ilegitimidad de la acción de grupos minoritarios”.

Si esta situación no fuera tan seria, invitaría a reír a gritos. Porque apenas once páginas después, el mismo diario consignó, en la información sobre la situación, que “pasadas las nueve de la mañana se abrieron las puertas del colegio para hacer una reunión de consejos de curso. Algunos profesores incluso alcanzaron a trasladarse a sus salas para iniciar las clases, cuando la asamblea determinó, mediante votación a mano alzada, volver a tomarse el establecimiento. ‘El liceo decidió seguir en toma por un consenso de todos los alumnos presentes’, dijo el presidente del Centro de Alumnos, Víctor Díaz”.

En efecto, el presidente del Centro de Alumnos, Víctor Díaz, había explicado que en una consulta a los estudiantes realizada el día anterior, 1.518 se pronunciaron a favor de la toma y 1.740 la rechazaron. Y que aún faltaba recoger la opinión de 15 cursos, equivalentes a unos 600 votos, para tomar una decisión. Por aquella razón, la toma fue depuesta y luego la asamblea decidió reanudarla, ahora con el respaldo de todos los estudiantes. Por otro lado, Díaz precisó que la decisión de todos los jóvenes era movilizarse: la controversia era respecto de las formas.

Pasadas las 13:30 horas, Carabineros procedió al desalojo del establecimiento, resultando más de 200 adolescentes detenidos, los que fueron trasladados a la Tercera Comisaría de Carabineros.

El camino del desalojo es el mismo que se ha adoptado respecto de otras tomas que se han producido en el curso de los últimos días. Ese mismo día fue el turno del Liceo de Aplicación, en el que 400 estudiantes habían iniciado la toma, tras una decisión mayoritaria de los estudiantes en una asamblea interna.

Los policías rodearon el edificio, con cascos y escudos, sortearon la bloqueada puerta principal e ingresaron hasta el patio en donde se encontraron con los estudiantes sentados en sus pupitres, cantando el himno del establecimiento y con los brazos arriba.

La tendencia a reprimir las tomas se generalizó, no impidiendo la proliferación de tomas y retomas (después de los desalojos) en los Liceos Barros Borgoño; A 7 Teresa Prat de Sarratea; Confederación Suiza; Cervantes, A 4 Isaura Dinator de Guzmán; A 14 Libertador José de San Martín; A 24 Comercial Gabriel González Videla; Amunátegui; República de Brasil, A 48 Juana de Ibarbourou (Macul), Juan Antonio Ríos de Quinta Normal, A 73 Santiago Bueras de Maipú y A 70 de Estación Central.

La toma del Liceo Benjamín Vicuña Mackenna de La Florida también terminó con un desalojo. Pero tuvo un ingrediente adicional: la líder del movimiento estudiantil, María Jesús Sanhueza, fue expulsada junto a otros dos alumnos. La medida fue adoptada por el alcalde Pablo Zalaquett, quien además presentó una querella contra quienes resulten responsables de los millonarios daños.

En cuanto a la actuación de María Jesús, señaló que ella “cree que el mundo gira en torno a ella. Se cree una pequeña reina, alguien le tiene que poner los puntos sobre las íes”…

Según denunciaron los estudiantes, los excesos represivos han sido la tónica. En una declaración que se entregó a la prensa el pasado 8 de junio señalaron:

“Liceo Anexo Benjamín Vicuña Mackenna: A nuestras compañeras, el lunes 4 de Junio durante su detención (por 16 horas), fueron obligadas a desvestirse y amenazadas con ser entregadas a los presos comunes para que fueran abusadas sexualmente.

“Liceo Santiago Bueras de Maipú: Tras la entrega pacífica del establecimiento, fueron detenidos y maltratados física y psicológicamente por Fuerzas Especiales de Carabineros. También ocurrió en otros establecimientos como el Instituto Nacional y el Liceo A 70, entre otros.

“Liceo 4 de niñas: Aproximadamente 20 compañeras fueron desalojadas el 7 de junio por más de un centenar de fuerzas especiales. A pesar que no ofrecieron resistencia en la detención, fueron brutalmente golpeadas. A una compañera le quebraron un dedo de la mano, otra terminó con graves hematomas en la espalda y el resto con diversas lecciones en el cuerpo.

“Un compañero del Liceo 14 en un el desalojo resultó con el 15 por ciento de su cuerpo quemado con ácido tras el violento ingreso de carabineros (Cristopher Rodríguez Muñoz). Los compañeros habían decidido desalojar pacíficamente”.

Los dirigentes también se refirieron a “la expulsión y cancelación de matrículas de muchos compañeros, sumadas a las constantes amenazas de expulsión que reciben” los estudiantes “que aún no se movilizan”.

Al clima de represión se sumaron las insinuaciones oficiales de que la entrada en vigencia de la nueva Ley de Responsabilidad Juvenil, permitiría la aplicación de más drásticas sanciones a los estudiantes secundarios en movilización.

VOCES DE LA EMBESTIDA

Mientras tanto, la ministra de Educación, Yasna Provoste declaraba que “hoy no existe ninguna razón objetiva para que los estudiantes no estén en sus salas de clases aprovechando al máximo desplegar todas sus capacidades y sus talentos”. Insistiendo en la estrategia de quitar legitimidad al movimiento, indicó que “se trata del actuar de unos pocos; tenemos un diálogo permanente con los alumnos y sus dirigentes, porque conocen las instituciones democráticas y con ellos nos entendemos”, afirmó.

Agregó: “Por los pasos que hemos dado en el Gobierno, de acoger las demandas estudiantiles, no estamos en la misma situación del 2006”.

Sobre el descrito episodio en el Instituto Nacional, no tuvo empacho en sumarse a la tendencia a tergiversar la realidad: “Entraron veinte encapuchados, los que se descolgaron de su organización y actuaron al margen de la democracia que tenemos en el país”. Consultada por la expulsión de María Jesús Sanhueza, se limitó a decir que “cada establecimiento tiene sus reglamentos internos y somos respetuosos de aquello”, por lo que “vamos a apoyar las medidas disciplinarias que, en el marco de sus reglamentos internos, tome cada establecimiento”.

La prensa del establishment, en tanto, colaboraba en la tarea. “El Mercurio” del 2 de junio, cuando informó de la primera toma del Liceo Barros Borgoño, indicó que “secundarios muestran baja cohesión” y habló de la “debilitada Asamblea Nacional de Estudiantes Secundarios”.

“A un año de que las protestas por la calidad de la educación remecieran al país, los estudiantes ya no muestran la cohesión que tuvieron entonces. Luego del quiebre de hace un mes de la asamblea, donde se marginaron los escolares de regiones y de los liceos emblemáticos de Santiago, la organización aún no elige a sus nuevos representantes”, apuntó.

Luego, el 5 de junio, el mismo matutino –ahora refiriéndose a los desalojos en los liceos Confederación Suiza y Anexo Benjamín Vicuña Mackenna– indicó que los “dirigentes están preocupados por el hecho de que el movimiento secundario aún no prenda”. Añadió que “los alumnos no parecen tener claridad en torno a sus demandas”. Y subrayó que “al contrario de lo que anunciaron dirigentes de los estudiantes, ningún otro colegio optó por sumarse a las acciones”.

“El Mercurio” del 7 de junio, frente a la multiplicación de las tomas, señaló en un epígrafe que “secundarios ya no actúan en bloque, y autoridad desaloja sus tomas rápidamente”. En una confusa nota, consignaba: “Aunque la asamblea de estudiantes secundarios está debilitada, los alumnos ahora exigen sus demandas de manera casi individual, dentro de sus colegios. ¿Cuáles son sus objetivos? La desmunicipalización de la educación, gratuidad de la tarifa escolar y el rechazo a la ley penal juvenil. Los dirigentes admiten que ya no se comunican con los miembros de la asamblea (que aún no elige a sus delegados luego de la salida de colegios emblemáticos y de regiones), sino que se organizan con los centros de alumnos de otros liceos”.

Al día siguiente, el diario de Agustín Edwards debió reconocer que “secundarios amanecieron con 12 establecimientos tomados”, pasando su línea informativa a la directa criminalización de las ocupaciones y la legitimación de los desalojos.

Omitiendo toda referencia a posible violencia policial, indicó que “violenta, muy violentamente terminaron anoche los desalojos de colegios y liceos en Santiago. El saldo, hasta el cierre de esta edición, dejaba un estudiante y seis carabineros quemados con ácido. Además de otro uniformado con contusiones. Los hechos más fuertes se registraron pasadas las 20 horas, cuando un grupo de Fuerzas Especiales de la policía uniformada llegó hasta el Liceo 14 José de San Martín en el centro de la capital. Según informó la propia policía, una vez que llegaron los efectivos, algunos estudiantes, quienes estaban en pisos superiores, les lanzaron piedras y otros objetos. El ataque se intensificó cuando los jóvenes utilizaron elementos químicos (cloro y ácido) para agredir”.

En esta oportunidad, resultó quemado el joven Cristopher Rodríguez, quien fue trasladado hasta la Posta Central, lugar al que arribaron, también, sus padres y la ministra de Educación, Yasna Provoste.

“No esperamos que ningún joven tenga que sufrir lo que hoy sufre Cristopher. Por eso, quiero hacer un enérgico llamado a sus padres, un enérgico llamado a los establecimientos. Nada justifica que veamos escenas dolorosas como las que vemos. El mejor camino para alcanzar los acuerdos es a través del diálogo y no a través de situaciones horrorosas”, sentenció la ministra.

El diario detalló: “Con un fuerte plan ‘antitomas’ –y a horas de que comenzara a regir la ley de responsabilidad penal juvenil que eventualmente cambiará la forma de juzgar a los mayores de 14 años–, las Direcciones de Educación de los municipios y Carabineros desmontaron rápidamente las tomas”.

El 9 de junio, la interpretación de “El Mercurio” sobre la sucesión de las tomas y las retomas era la siguiente: “Esta seguidilla de tomas y rápidos desalojos han debilitado la acción del movimiento estudiantil, el que durante esta semana ha intentado generar infructuosamente la adhesión que tuvo durante el año pasado y revivir la revolución pingüina. Los líderes del movimiento no han logrado coordinar su petitorio en torno a demandas en común. Mientras dirigentes de ‘los liceos en toma’, como se han denominado, ya que la Asamblea Nacional de Estudiantes Secundarios está quebrada y todavía no tiene representantes, exigen estatización de la educación, tarifa escolar gratuita y rechazo a la ley de responsabilidad penal juvenil, otros se desvinculan de las demandas sociales (…) Pese a la poca cohesión, los líderes anunciaron una movilización nacional para el próximo martes”.

El diario también consignaba declaraciones de la ministra Provoste, que expresó que “un buen dirigente sabe cuándo el conflicto se le ha escapado de las manos”, en relación a lo ocurrido en el Liceo A 14.

A la secretaria de Estado no le preocupaba las denuncias del padre del joven que fue quemado, que sindicó a carabineros como los responsables del hecho: “Ellos actuaron con una extrema violencia, les pegaron a todos y provocaron que esto sucediera”. Denunció que su hijo tenía lesiones en las piernas, glúteos y cabeza, y una fractura en la nariz, y anunció una demanda contra la institución policial.

La agitada semana terminó con las palabras del ministro del Interior, Belisario Velasco, fustigando a la líder de los estudiantes: “María Jesús, la adolescente de nombre santo y violencia impía, está cometiendo un error”…

LO QUE VIENE

Entre el 11 y 13 de junio, las tomas y retomas continuaron produciéndose, en los Liceos de Aplicación, Instituto Nacional, Amunátegui, 7 de Niñas de Santiago, Barros Borgoño y Confederación Suiza. Además, el Internado Nacional Barros Arana (INBA) y el Liceo Darío Salas, otros dos establecimientos emblemáticos se sumaron a la movilización. También hubo nuevos desalojos y detenciones.

“La movilización de los estudiantes en estos días es artificiosa y negativa, no tiene sentido”, se lamentó el ministro del Interior, Belisario Velasco.

Por cierto, ninguna de esas aseveraciones oficiales tiene correlato en la realidad. ¿O acaso resulta verosímil sostener que es irrelevante que en poco menos de dos semanas hayan sido tomados y retomados 16 liceos de la Región Metropolitana, con un saldo de centenares de adolescentes detenidos? Se sostiene que se trata de acciones respaldadas por “grupos minoritarios”, pero estas ocupaciones han sido resueltas por la mayoría de los estudiantes de los establecimientos y ello no ha sido obstáculo para que se dispongan desalojos policiales.

Por otro lado, y es lo más relevante, la autoridad ha eludido sistemáticamente enfrentar el debate respecto de las demandas levantadas por los jóvenes. ¿O no es efectivo que la administración municipal de los establecimientos ha resultado en un colosal fracaso? En coherencia con el diseño de segregación social espacial que aplicó la dictadura, ¿no ha sido la municipalización uno de los fundamentos de la inequidad en el sistema educacional?

¿Acaso no son consistentes las críticas de los estudiantes en el sentido de que la mayor inyección de recursos a la educación no resolverá los problemas, pues el déficit de los municipios absorberá un porcentaje significativo de los fondos?

Mientras se sucedían las ocupaciones de liceos, el subdirector de la División General de Educación, Jaime Veas, indicó que no se encuentra en la agenda del Gobierno la idea de reconcentrar los establecimientos municipales en torno al Estado, sino “fortalecer y perfeccionar la descentralización”. El funcionario formuló esas declaraciones en un encuentro de las Corporaciones Municipales de Educación efectuado en Santiago, al que asistieron delegados desde Iquique a Punta Arenas.

Los estudiantes convocaron a un Paro a realizarse el 14 de junio, aplazado dos días para permitir la incorporación de las regiones. El presidente del Centro de Alumnos del Liceo de Aplicación, Roberto Rojas, explicó que “los acuerdos están fluyendo y las regiones se están comunicando con nosotros desde que estamos movilizándonos”. Puntualizó que “las regiones nunca se bajaron de la Asamblea Nacional de Estudiantes, como se afirmó”, y subrayó que la organización “está volviendo a tener la fuerza del año pasado”.

Respecto a la Asamblea General de Estudiantes, dijo que “se están comunicando con nosotros”. Precisó: “Todos somos estudiantes, todos estamos conscientes de los problemas de la educación y nos unen las demandas”.

A su juicio, todo acto de paralización es positivo, ya sea salir a las calles, tomarse colegios, hacer jornadas de reflexión o sólo dejar de escribir. La idea, señaló, es que el Gobierno deje de sostener que son “una minoría ideologizada”, que “ya no sabe por qué protestar”.

A la convocatoria se han ido sumando establecimientos que, hasta ahora, no han participado en la movilización de este año, tanto aquellos “emblemáticos” como los Liceos Lastarria y Carmela Carvajal, como los pertenecientes a las comunas periféricas de Santiago. Por otro lado, también existe una disposición favorable en quienes se habían retirado de la ANES, como el Instituto Nacional.

El presidente de su Centro de Alumnos, Víctor Díaz, manifestó al respecto que “más allá de las desuniones, lo más importante es demostrar que el movimiento secundario se mantiene en pie y por eso es que tanto la ANES como la AGES van a revivir el movimiento. Es un paro nacional, puede ser en los colegios o salir a las calles”, señala convencido… Así, el fantasma de un movimiento estudiantil secundario fracturado comienza lentamente a alejarse.

Por la víspera, el ministro Belisario Velasco, se refirió a la irreductible decisión de continuar en movimiento. Dijo que el papel de los estudiantes era “estudiar”. Con cierto tono amenazante advirtió que el Gobierno respaldará la aplicación de sanciones en contra de los adolescentes alzados, “incluyendo las expulsiones” de los liceos.

Habrá que ver si la estrategia del oficialismo termina imponiéndose, relegando a los jóvenes nuevamente a la calidad de “actores secundarios” y amagando por lo tanto la decisión de los estudiantes de superar la “educación de mercado”. Sin duda, sería un escenario que conduciría a perpetuar el país grisáceo y estéril que se impuso con los inicios de la transición pactada, en cuya génesis se localiza, también, la clave de la pervivencia por más de 17 años del modelo de educación que refundó el régimen militar.

Habrá que ver si la capacidad de esos jóvenes de soñar y luchar por materializar sus sueños, resulta aún más poderosa que las turbias maniobras palaciegas. Por ellos pasa, en gran medida, la viabilidad de construir un país más vivible.

Víctor Osorio El autor es periodista y director periodístico de “Crónica Digital”. Además, fue uno de los “Actores Secundarios” de los años 80, como uno de los fundadores del Comité Pro FESES

Santiago de Chile, 14 de junio 2007
Crónica Digital

lunes, 7 de mayo de 2007

EL PASADO GOLPISTA DE ANDRÉS ALLAMAND

La nueva obra de Andrés Allamand, titulado “El Desalojo”, ha causado enorme interés público. Al respecto, nos parece pertinente reproducir fragmentos sobre la historia del actual senador de RN, publicados en el libro “Los Hijos de Pinochet”, escrito en 1995 por los periodistas Víctor Osorio e Iván Cabezas.

La mañana del 11 de septiembre de 1973, en calle Esmeralda, los empleados de Chile Films se habían atrincherado desde temprano en la empresa, acatando las confusas instrucciones de los partidos de Izquierda y de la Central Única de Trabajadores (CUT) de no moverse de sus lugares de trabajo en caso de golpe de Estado.

Hacía rato, sin embargo, que habían tomado conciencia de que no existía ninguna posibilidad de resistencia en el lugar. No tenían otra opción que la de retirarse. Pero cada vez que intentaban asomarse a la puerta recibían una andanada de disparos de arma corta, provenientes de un edificio ubicado enfrente. Era un angustioso y macabro juego que se prolongó durante horas.

El paso del tiempo, las noticias cada vez más alarmantes y desconsoladoras sobre la evolución del golpe y la proximidad con la Primera Comisaría de Carabineros les hacía temer por su seguridad y libertad. Pero cada nueva tentativa era repelida de inmediato.

Al frente se ubicaba el departamento de soltero del diputado Juan Luis Ossa, presidente de la Juventud Nacional, para quien Chile Films era “un nido de comunistas”.

No estaba solo esa mañana. Junto a él se hallaba un muchacho de larga cabellera y escasos 17 años. Su nombre era Andrés Allamand.

En 1972 estaba claro que era el más destacado cuadro político de los estudiantes medios de la colectividad derechista. Juan Luis Ossa se convenció de que él era el hombre más adecuado para dar la batalla por la Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago (FESES), que era, aparte de la gremialista Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (FEUC), la única otra organización estudiantil de importancia controlada por la oposición al Gobierno de Salvador Allende. De hecho, desde el año anterior, la FESES había sido una de las principales trincheras opositoras, sobre todo en la acción directa: lucha callejera, enfrentamientos con el Ministerio de Educación, tomas de liceos.

Andrés Allamand se preparó cuidadosamente para asumir el desafío. Abandonó, sin el conocimiento de sus padres, el aristocrático Colegio Saint George y se matriculó en el cuarto año medio del Liceo Victorino Lastarria de Providencia, un establecimiento fiscal típico de las capas medias.

Una de las primeras personas a las que confió su decisión, aparte de Juan Luis Ossa, fue su mejor amigo, y además compañero de colegio y correligionario de partido, Bernardo Matte Larraín. Matte había ingresado a la Juventud Nacional luego de vivir de cerca las angustias de los empresarios ante las políticas de la Unidad Popular. El Gobierno había insistido en estatizar la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, una empresa ligada íntimamente a su padre, Eleodoro Matte Ossa.

Una de las primeras medidas de Allamand, en su carrera a la FESES, fue dejarse crecer el pelo, antes de ser proclamado candidato de las Juventudes de los Partidos Nacional y Democracia Radical a la presidencia del organismo. La melena no fue del agrado del presidente del PN, Sergio Onofre Jarpa, quien –de todos modos– sentía un particular afecto por la nueva promesa de la derecha.

Durante la campaña, Allamand afirmó su liderazgo en las filas opositoras, destacándose por una dura y vehemente oratoria, y por la radicalidad de sus planteamientos. Sus amigos Bernardo Matte, Roberto Palumbo y Félix Viveros, entre otros, fueron los principales operadores de la campaña, desde las filas de la estructura de estudiantes secundarios de la Juventud Nacional.

El recuento de votos al final de las elecciones estudiantiles terminó con una gresca generalizada y con urnas (y estudiantes) volando por las ventanas del local, ubicado en la calle Fanor Velasco. La FESES se dividió, quedando a un lado los secundarios leales a la UP, presididos por el socialista Camilo Escalona, y por el otro, una FESES opositora, encabezada por el democristiano Miguel Salazar.

De acuerdo a los recuentos opositores, Allamand logró elevar la votación de la derecha de un cuatro a un 24 por ciento en relación a los anteriores comicios. Se hizo así más clara su posición de líder, pasado a ser además una de las escasas figuras juveniles de vuelo nacional que podía exhibir la derecha, aparte de ser, por su escasa edad, un dirigente con amplias proyecciones futuras. Pasó a ser el brazo derecho de Juan Luis Ossa, con el cual afirmó una estrecha amistad.

La radicalización del enfrentamiento político se hacía cada vez más aguda. En las calles, los nacionalistas de Patria y Libertad eran secundados por los combatientes del Comando “Rolando Matus” de la Juventud Nacional. Por todo el país se multiplicaban los atentados dinamiteros, la quema de vehículos de la locomoción colectiva, los ataques a sedes políticas y domicilios de dirigentes políticos, las barricadas, las tomas.

Allamand encarnaba, en esos días, la realidad que vivía la derecha: partidario de la acción directa y del enfrentamiento físico más que de la lucha legal y parlamentaria; partidario del “poder gremial”; convencido de las ideas “nacionalistas”, corporativistas y militaristas que, a esas alturas, habían venido a reemplazar los antiguos paradigmas de la derecha.

Esta experiencia es la que recoge Allamand por escrito en su libro “No Virar Izquierda”, mezcla de novela y testimonio, apología de la lucha violenta e insurreccional que la derecha desarrolló contra Salvador Allende y su Gobierno. Apareció a fines de 1974, cuando Allamand cursaba Derecho en la Universidad de Chile y recién habían cesado de humear las pilas de libros que con tanto entusiasmo los militares quemaban en los días siguientes al golpe.

El texto muestra claros elementos autobiográficos, y aparece como una auténtica radiografía del espíritu de rabiosa violencia que se apoderó de los que luego serían triunfadores en septiembre de 1973.

El libro está encabezado por un “Saludo a Andrés Allamand en el Nacimiento de su Primer Libro”, firmado por Nina Donoso, quien entre otras cosas señalaba: “¡Que triste fue esa guerra, esos mil días negros donde cayó el tambor de la azul cacerola y ustedes, nuestros hijos, se tomaron el cielo como si se tomaran en la calle una rosa! Andrés, fuimos Quijotes de una causa sagrada, luchábamos contra monstruos, disparando palomas”...

“No Virar Izquierda” contiene no pocos ejemplos de la clase de “palomas” que solían disparar los jóvenes opositores en su afán de “tomarse el cielo”.

Así por ejemplo, se describe la participación de los protagonistas en manifestaciones antigubernamentales en el barrio alto de Santiago:

“Partimos corriendo hacia donde estaban armando una barricada. Nos integramos rápidamente al grupo. En un par de minutos las llamas tenían más de dos metros e iluminaban la calle. Las viejas hacían sonar las cacerolas sin parar (...) En eso, un inocente chofer de micro dobló por Los Leones hacia Providencia. Grave error.

“–¡Krumiro, krumiro! –insultaron todos al tiempo que corrían a la micro. Salieron las primeras piedras, que impactaron en las ventanas de los lados. Los pasajeros, adentro, gritaban enloquecidos.

“–¡Al chofer, al chofer! –era la orden (...)

“El Tata apodaban al que mandaba (...) Bruscamente aparecieron unos lolos corriendo. Eran tres. El mayor tendría a lo más unos dieciséis años.

“–Tata –le dijeron anhelantes–, viene un trole en la otra cuadra, ¿lo podemos hacer recagar? –Al Tata se le iluminó la cara.

“Los lolos se taparon la cara con unos pañuelos que en un pasado remoto debían haber sido blancos (...) Partieron embalados. En la carrera se les unieron unos cuantos más (...) Lo primero que hicieron fue colgarse de los cables al trole en marcha. Desconectado, el trole se detuvo (...) Los lolos, sin dar tiempo al chofer ni de que se parara de su asiento, se subieron al vehículo, palo en mano.

“–¡Ya, huevón, te fuiste, partiste! –le gritaron, amenazándolo con los garrotes en alto.

“El chofer puso cara de espanto. Los pasajeros, paralizados, no atinaban a nada que no fuera no moverse... Los lolos demostraban una decisión y una fiereza asombrosas.

“–¿Qué no entendís castellano? ¡Ándate, te dicen! –le gritaron de nuevo mientras lo zamarreaban (...) ¡Apúrate, mierda! Chao, pescao, chao, pescao –y nuevo empujón (...) Una vez que el chofer se hubo bajado, los lolos se dirigieron a la gente, que seguía inmóvil.

“–¡Abajo, abajo, vamos bajando! Si no, quemamos el trole con ustedes adentro –advirtieron.

“Un viejo de anteojos trató de resistirse. Se paró y avanzó hacia los lolos con claras intenciones de agredirlos. Sin inmutarse, el más chico le hizo comerse un tremendo palo en la cabeza, que de pasada le quebró los anteojos. Antes que se repusiera, de dos patadas lo dejaron sentado en la calle (...) Los de afuera... procedieron a quebrar los pocos vidrios que quedaban intactos. Fue suficiente. Los pasajeros empezaron a bajar, empujándose, atropellándose unos con otros. El viejo de los anteojos imploraba, lloroso, que lo dejaran subir a buscar su portafolio...

“Lo cruzaron en la calle (al trole) y trataron de quemarlo. No prendía. ¡Los troles no usan bencina, que es la que se inflama! Hizo su aparición entonces el engendro criollo de ‘Misión Imposible’. Le conectó un suspensor al vehículo, sacó unos cables, arrancó otros, abrió unas tapas, cuidadosamente hizo contacto entre dos polos opuestos y se produjo la explosión. Saltaban millones de chispas, producto del tremendo cortocircuito. El objetivo lo logró sólo a medias...

“El Tata desesperadamente buscaba cómo solucionar el impasse. Se fijó entonces en una vieja parada en la vereda del frente, que observaba detenidamente el proyecto de incendio. Tenía a su lado un bidón azul. El Tata corrió hacia ella (y procedió a robarle la parafina)... Sin detenerse, le sacó la tapa al bidón. Llegó hasta el trole y le vació el contenido equitativamente entre las distintas ruedas. Un segundo más tarde, el trole ardía por los cuatro costados.

“–Nuevamente, muchas gracias, señora. La Patria se lo agradecerá –le dijo, mientras le devolvía el bidón sin una gota del, en esos días, apetecido combustible”.
Estos fragmentos están extractados de las páginas 76 a 83. Más adelante, Allamand caracteriza a estos personajes como “cabros choros, valientes, decididos y que no tenían nada que ver con leseras” (página 87).

También es de antología el pasaje que describe el levantamiento de una barricada en la Plaza Italia, a manos de los estudiantes opositores:

“Cuando llegamos a la esquina, justo nos dieron la luz roja. Nos metimos a la calle velozmente, ante la mirada atónita de los automovilistas. En breves segundos, cada uno botó su neumático al suelo, y los encargados los rociaron con grandes cantidades de parafina... Al solo contacto con las antorchas, la parafina encendía y los neumáticos luego de una violenta llamarada empezaban a quemarse.

“En breves y contados segundos la Alameda era un infierno. Gran cantidad de pequeños volcanes surgían del suelo. Como esperábamos, se levantó un humo espeso y negro (...) El tacto se armaba y crecía a cada minuto. Los autos que subían o bajaban por Alameda sólo veían el tráfico y a lo más una humareda. Cuando los conductores advertían lo que ocurría, recién entonces se les venía a la cabeza girar en U. Ya era tarde: otros autos les habían cerrado el camino. Las bocinas no sonaban de pitear. Uno que otro grito iracundo se dejaba oír... Como al cuarto de hora, con las llamas en su punto más alto, se produjo el primer problema.

“Un camionero, upeliento y krumiro, que estaba en segunda fila y que nos había insultado hasta cansarse, en audaz maniobra se subió a la vereda y se lanzó rajado, para tratar de pasar entre los neumáticos.

“–¡Piedra con él, mierda! –gritó alguien (...)

“Todos corrimos hacia el camión, lanzándole todo lo que tuviéramos a mano. Cuando ya traspasaba el límite, derrotándonos, un lolo corrió frente a él. Blandía un trozo de cañería en la mano (...) Saltó impulsado por un resorte invisible y se colgó del espejo lateral, afirmado en una puerta de la pisadera. Le descargó el fierrazo en medio del parabrisas, destrozándolo (...) La valiente y aguerrida actitud nos encendió el espíritu (...) Ver al camión detenerse fue la expresión cabal de nuestra victoria. El camionero abrió la abollada puerta despacito y se bajó con las manos en alto.

“–No me peguen, por favor –imploraba.

“Lo sacaron de los límites de la barricada entre una ensalada de combos. Su cuerpo se sumergió en una pila de puños que lo golpeaban sin misericordia. El camionero no se defendía, apenas se cubría. A nadie los que le pagaban le importó. Empujamos el camión fuera de la barricada, que fue a estrellarse a un poste, peligrosamente cerca de los automovilistas del frente” (páginas 156–159).

Uno de los ejes principales del libro es la historia de la toma del Liceo Benjamín Vicuña Mackenna (aparentemente el Lastarria) donde estudian los protagonistas:

“La defensa del liceo se basaba en lo que pudieran realizar los miembros del grupo escogido. Eran exactamente doce. Cuatro de ellos armados. Eran los patos malos del liceo. Inefables camorreros. En caso de producirse un intento de retoma, en cada uno de los lugares preestablecidos había un cajón lleno de bombas molotov, preparadas por los químicos del grupo. Eran botellas vineras, las que mejor se quiebran, con bencina, azúcar y aserrín para mantener las llamas. El resto de los tomadores habrían de arreglárselas a peñascazos y hondazos” (página 133).

Un momento realmente espectacular de la novela se produce cuando los estudiantes descubren a un joven infiltrado de la UP:

“Saltamos para atrás levantando las pistolas.

“–¡Muévete y te mato! –lo amenazó Gerardo.

“Retrocedimos lentamente, en el colmo de la excitación, sin quitarle los ojos de encima. Lo observamos con atención. Alto y moreno. De unos 20 años. Vestía blue jeans y una parca negra. Estaba muerto de susto. Algo intentó balbucear.

“–¡No digai ni una huevá! –se le adelantó Gerardo.

“–Yo... no... he hecho nada... nada... –tartamudeó.

“Se ganó el primer coscacho. Se lo pegó Emilio”.

Proceden luego a interrogar al intruso:

“–¡Contesta, mierda! –gritó Gerardo, pegándole con el cañón de su pistola en las costillas. Soltó un grito y se retorció de dolor. Se llevó instintivamente las manos a la parte afectada.

“–¡Las manos a la pared! –gritó Gerardo de nuevo, golpeándole fuertemente los dedos... Bruscamente el intruso se dio vuelta y trató de correr. Estúpido. Iluso. Emilio lo tumbó de una certera zancadilla antes que diera dos pasos.

“Lo patearon de lo lindo.

“–No me peguen, no me peguen. Yo no he hecho nada –rogaba, cubriéndose el rostro. Una cantidad mayor de insultos y amenazas, como asimismo una mayor cantidad de patadas, fue la respuesta. Se puso a llorar. Una precisa patada, donde duele de veras, lo dejó sin respiración. De las mechas lo pararon y lo pusieron nuevamente de cara a la pared.

“–A la otra no la contai –amenazó Gerardo. No bromeaba.

“El intruso prorrumpió en sollozos (...) Las lágrimas le corrían por la cara, que empezaba a hinchársele”.

Pero el martirio no cesa:

“La inmediata golpiza fue macabra. Al poco rato la cara del intruso era una masa informe, llena de sangre, moretones y polvo. Lo golpeaban sin piedad. Con verdadero rencor. Con franco odio. En medio de la paliza saltaba una que otra pregunta... antes que tuviera tiempo para contestar, nuevos golpes lo remecían. Gerardo los paró. Si no, lo mataban.

“–Ta güeno. Ya es suficiente. ¡Empelótenlo y échenlo a la calle!

“Apenas se tenía en pie. Le sacaron la ropa. A tirones. Rajándosela. Daba lástima.

“–Oye –se dirigió a él Gerardo. Estaba de pie, con frío, con vergüenza y los sentidos algo embotados. La cabeza gacha. Tambaleándose.

“–¡Mírame!

“Una patada lo hizo levantar la cabeza. Gerardo sacó la pistola, que con anterioridad había guardado en la funda, y se la pegó a la sien derecha. El intruso casi se cae de miedo.

“–No te mato pa’ que les digai a tus amigos lo que les espera. Si te veo de nuevo, no te perdono. ¿Entendiste? (páginas 176–186).

En otro pasaje, el protagonista dice, refiriéndose a los militantes de la Izquierda: “¡Cómo los odiaba! De haber podido agarrar a uno lo habría pateado hasta no poder mover las piernas y le habría pegado hasta romperme las manos, hasta no poder levantarlas” (página 67).

Frente a los atentados terroristas que se multiplicaban durante el paro de los camioneros, el libro de Allamand dice: “Los atentados eran incontables. Los oleoductos y cañerías volaban en las noches, cortando el combustible a las ciudades, pero incentivando a los fieros camioneros, tonificando el paro” (página 71).

Luego, se describe el aporte de los manifestantes estudiantiles al paro del comercio: “Íbamos cerrando los negocios y quebrando algunos vidrios a quienes no accedían a nuestras caballerosas peticiones” (página 89).

Sobre los incidentes entre propagandistas nocturnos, se cuenta una anécdota sobre un personaje llamado “Grone”, que dispara a un militante de las Brigadas “Ramona Parra” durante un rayado nocturno de los jóvenes opositores: “El negro se detuvo y fríamente le hizo puntería. Le vació la nuez del revólver (un 38, cinco tiros). El otro saltaba y se retorcía en el pavimento” (página 119).

También son muy ilustrativas las reflexiones políticas que aparecen en el libro, las que son absolutamente congruentes con la tesis de “lucha paralela en contra de la UP”, desarrollada por la Juventud Nacional:

“La oposición sigue creyendo que el poder político surge de los votos exclusivamente. Siguen creyendo que el poder político es una resultante de las elecciones, mientras la UP se caga en las elecciones y desarrolla un poder político cada vez más poderoso, expresada en toda (una) cantidad de organizaciones (...) Sin los militares la UP no cae (...) Hay que presionarlos, obligarlos a intervenir. Hacer que se decidan. Si no lo hacen no la contamos. Nos friegan de todos modos”.

Entonces, frente al problema de cómo lograr que los militares se comprometan con el golpe, el libro señala: “Dejando la escoba en todas partes. Provocar crisis y desórdenes. Desatar el caos. No ceder. Oponerse a todo lo que la UP haga con la mayor energía” (páginas 19–23). “(Los militares) actuarán cuando el caos sea total. La toma del liceo es nuestra cooperación al caos” (página 170).

El libro concluye luego de producido el golpe. El protagonista sentencia:

“¡Fin al comunismo! Sería la esperada hora del nacionalismo”.

Cuando fue publicado el libro de Andrés Allamand, estaba vigente con todo su rigor la disposición que prohibía todo lo que pudiera incitar a la violencia o alterar el receso político. Nadie lo acusó de violarlo, a pesar de todas las evidencias.

publicado en Cronica Digital

lunes, 16 de abril de 2007

VÍA CRUCIS POPULAR EN VILLA GRIMALDI

Es la forma en latín de “Camino de la Cruz”, refiriéndose al camino de Jesús en ruta al Calvario: “Vía Crucis”. También es conocido como “Vía Dolorosa”.

En la perspectiva del mensaje cristiano, no podía resultar más pertinente que las comunidades cristianas populares lo realizaran en esta Semana Santa, como en otras oportunidades, en la Villa Grimaldi.

El Vía Crucis Popular comenzó temprano el pasado Viernes Santo, cuando a las 10.30 horas una multitud de cerca de 500 personas se congregó en Avenida Tobalaba con José Arrieta, bajo una convocatoria que señalaba que “el pueblo cristiano hace memoria del martirio de Cristo en la cruz y de miles de hermanos y hermanas en el centro de tortura Villa Grimaldi, renovando su compromiso con la justicia”.

Ese mismo día, el diario oficialista “La Nación” señalaba que “uno de los Vías Crucis más concurridos y simbólicos de la capital es el de Villa Grimaldi”.

La Villa Grimaldi, ubicada a la altura del 8.200 de José Arrieta, fue el recinto secreto de detención y tortura más importante de la DINA. El local, conocido por los agentes de la DINA como “Cuartel Terranova”, se puso en funcionamiento en 1974, como sede de la Brigada de Inteligencia Metropolitana y luego se fueron trasladando más unidades. Por allí pasaron centenares de prisioneros, que fueron sometidos a brutales torturas y tratos degradantes. Una parte de ellos, desapareció para siempre.

Hasta el golpe de Estado de 1973, era propiedad de Emilio Vasallo, quien la transformó en un restaurante y lugar de reunión de políticos, intelectuales y artistas, luego de haber sido propiedad de la Compañía de Jesús en la época colonial, para luego pasar a manos de Juan Egaña, padre de Mariano Egaña, y después de José Arrieta y Pereda.

Sobre sus terrenos y escombros, en marzo de 1997 se entregó a la comunidad un Parque por la Paz, como contribución a la defensa de la memoria histórica del país.

El sacerdote católico Humberto Guzmán declaró que “el sentido es poder caminar con la Iglesia y el pueblo de Dios recordando lo que Cristo hizo. Hacemos memoria de un Cristo vivo que ha sufrido, ha sido vejado, azotado y torturado”.

El laico Rafael Venegas, el director del Centro Ignacio Ellacuría y uno de los históricos impulsores de esta actividad, explicó a Crónica Digital que el Vía Crucis se celebra “en memoria en memoria de la muerte martirial de Jesús y de todos y todas las víctimas de la injusticia y del poder opresor en el mundo”, con la convicción de que “la memoria de la Cruz es esperanza de liberación”.

La convocatoria al “Vía Crucis Popular” fue realizada por comunidades cristianas y por organizaciones del mundo cristiano popular, como el Comité Oscar Romero, el Centro Ecuménico Diego de Medellín, el Centro de Desarrollo Popular Ignacio Ellacuría, la revista “Reflexión y Liberación”, el Centro de Encuentro y Formación Pedro Mariqueo de La Victoria, la Corporación Urracas de Emaús, el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), entre muchos otros.

También suscribieron esta convocatoria la Federación de Estudiantes de la Universidad Alberto Hurtado, el Movimiento de Reforma Universitaria de la Universidad Católica (MRU) y el partido Izquierda Cristiana de Chile, cuyo presidente, el abogado Manuel Jacques, fue el único dirigente político nacional que participó en la iniciativa.

Entre las personalidades que asistieron se encontraban el ex diputado Patricio Hurtado, uno de los primeros que en los años 60 enarboló en el campo político la identidad del cristianismo popular. Llegó en una silla de ruedas, pero estuvo a lo largo de todo el recorrido. También estuvo el reconocido poeta Jorge Montealegre, que luego del golpe de Estado, cuando aún era estudiante secundario, estuvo recluido en el Estadio Nacional y en el campo de concentración de Chacabuco.

Por su carácter ecuménico, llegaron figuras del mundo protestante, comprometidas con la defensa de los derechos humanos, como el pastor Pedro Zabala, de la Confraternidad Cristiana de Iglesias, y el obispo luterano Helmuth Frenz, uno de los fundadores del Comité Pro Paz.

La primera estación del Vía Crucis fue en el mismo lugar donde se emplazó la “toma” de Peñalolén. Allí, bajo una fuerte presencia policial, se refirieron a la situación que hoy viven los pobres con el Transantiago y una “modernidad” no considera debidamente la dignidad de la persona humana.

Y avanzaron, cantando: “Un pueblo que camina por el mundo, gritando ven Señor, un pueblo que busca en esta vida la gran liberación”.

La emoción se desbordó cuando las decenas de hombres y mujeres entraron a la Villa Grimaldi, cruzaron la puerta principal, cubierta con una sábana negra. A un costado, una cruz de madera proclamaba: “Caín, ¿qué has hecho con tu hermano?”...

Todos se estremecieron con el recuerdo aciago que ronda el lugar, mientras la multitud cantaba “Para que nunca más en Chile”. No pocos lloraban.

Los “signos” abundaron al interior del ex centro de tortura y exterminio, hoy convertido en Parque de la Paz. Los asistentes se arrodillaron, se tomaron de las manos, besaron el suelo de la Villa e hicieron la oración del Padre Nuestro. Las estaciones fueron ahora en el memorial de los nombres de los prisioneros y luego en “La Torre”, una construcción en cuyo interior la DINA construyó diez estrechos espacios para mantener reclusos, de unos 70 x 70 centímetros y unos dos metros de alto. No pocos desaparecieron desde ese lugar.

Finalmente, se dirigieron hacia el portón, hoy clausurado, por el cual ingresaban y salían los camiones frigoríficos y los automóviles de la DINA, cargados de prisioneros. En ese lugar hubo un emotivo gesto. El padre José Aldunate bendijo las dos llaves del lugar y a continuación las entregó a dos jóvenes, Berta Venegas y Gonzalo Layseca, en un modo de representar a los muy numerosos representantes de las nuevas generaciones que han venido participando en el Vía Crucis.

El “Vía Crucis” terminó en medio de cantos y bailes, proclamando la alegría por la vida que es capaz de derrotar a la muerte, como en la Resurrección de Jesucristo.

Como lo resumió el matutino “La Cuarta”, fue uno de los Vías Crucis “más emotivos de todo el país”. No pensaba lo mismo uno de los carabineros apostados en el lugar, el que se acercó agresivamente a uno de los participantes, en una desproporcionada reacción a una amable broma.

En la dictadura militar, el Vía Crucis organizado por la Coordinadora de Comunidades Cristianas Populares fue una de las principales formas de expresión del movimiento de comunidades eclesiales de base, con enorme influencia en ese período, y se transformó en una manifestación de la resistencia del pueblo cristiano. Se realizaba anualmente en localidades populares de las diferentes zonas de Santiago.

El fin del régimen militar coincidió con el repliegue del cristianismo popular al interior de la Iglesia Católica. La Coordinadora de Comunidades Cristianas Populares terminó por extinguirse y el Vía Crucis dejó de realizarse durante largos años. El último fue en 1990, en la zona norte de Santiago, y culminó en calle Pedro Donoso, uno de los sitios en que se ejecutó la “Operación Albania”.

Sin embargo, hace unos años la iniciativa volvió a retomarse.


SILVIO Y EL ENCUENTRO CON LOS SUEÑOS


El punto de partida de la noche fue el “Escaramujo”. Los cerca de 15 mil asistentes al tercer recital de Silvio Rodríguez en el Arena Santiago, lo escucharon conmocionados proclamar que “saber no puede ser un lujo” y que “si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo".

Esa enorme capacidad de transformar la memoria en presente, de reflejar el inconsciente colectivo y encarnar en la vida concreta la poesía y los acordes, fue la constante de una presentación que se extendió por más de dos horas y media.

La carne de gallina, un amasijo de emociones y la revalidación del ejercicio de soñar acompañaron a través de más de treinta canciones.

Pasadas las 21:00 horas, apareció primero el Trío Trovarroco de Santa Clara (guitarra, contrabajo acústico y tres), junto con el percusionista Oliver Valdés, recibidos con una ovación. Silvio apareció poco después que la joven flautista Niurka González, su actual mujer, con la que tiene una hija, la pequeña Malva.

El Arena Santiago pareció tambalearse. Luego de “Escaramujo”, siguió “El Papalote”, seguida por todo el público, que ya no paró de hacer de coro en toda la noche.

Como es su costumbre, habló poco, o más bien mucho, pero a través de las canciones, de temas emblemáticos de toda su carrera, con potentes e inéditos arreglos musicales, que desconcertaban y llenaban de asombro, como por ejemplo “Óleo de una mujer con sombrero”, que fue refrescada con citas de jazz.

También hubo temas del disco que venía a presentar, “Érase que se era”, un puñado de canciones prácticamente desconocidas, compuestas entre 1968 y 1970, que estaban sin grabar. Una de ellas fue “Judith”, con versos que dicen: “No puedo dejarte de ver / describiendo una estrella descubierta por mí / en tu erótica constelación / que no cabe en los mapas del cielo”.

No había transcurrido mucho tiempo cuando leyó un poema de un amigo suyo, el cual fue presentado “el mejor poeta de mi generación”. El poema resultó ser “Halt!”, de Luis Rogelio Nogueras, un estremecedor recorrido por el campo de Auschwitz, que –frente al conflicto con el pueblo palestino– acababa diciendo a los judíos: “Pienso en ustedes, y en vuestro largo y doloroso camino y no acierto a comprender cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno”.

Continuó el concierto y frente a un grito de un espectador, expresando solidaridad con la Revolución Cubana, Silvio respondió con un “¡Viva Fidel!”. A continuación, precisó con sarcasmo: “Si a alguien no le gusta, que me perdone. Lo dije sin querer”…

Y, aunque no hubo ningún discurso político, el trovador cubano dejó clara su postura en varias canciones esclarecedoras: “Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre, en este mundo, en este instante”, de “Pequeña serenata diurna”; o bien “para darme un rinconcito en sus altares, me vienen a convidar a arrepentirme, me vienen a convidar a que no pierda, me vienen a convidar a tanta mierda (...) yo me muero como viví” de “El necio”.

En un momento, dejó el protagonismo al Trío Trovarroco, que presentó un bien logrado homenaje a Compay Segundo, pero enseguida regresó para cantar en solitario.

A lo largo de la noche se sucedieron temas de tan enorme belleza como “Días y Flores”, “Playa Girón”, “Canción del elegido”, “Quien fuera”, “Una mujer se ha perdido”, “La Era está pariendo un corazón”, “La Maza” y Ojalá”.

Silvio Rodríguez debió volver seis veces para contentar al público, el que no cesaba de aclamarlo y reclamar su presencia en el escenario. El Arena Santiago entero puesto en pie, pataleos en la platea y galería cada vez que el trovador se marchaba, y nuevos bises.

Y fue así que, acompañado de miles de gargantas ya casi afónicas, el cantautor cubano se despidió del público de Santiago. Eran cerca de las 23:30 horas.

sábado, 24 de marzo de 2007

Una maniobra contra los actores secundarios


No hay dudas. A pesar de la contaminación y los gases lacrimógenos, el aire parece más respirable por estos días. La movilización que los estudiantes secundarios han puesto en marcha, ha permitido que miles recuperen la esperanza en la viabilidad del horizonte de un país más vivible, con ciudadanos y con derechos, con una democracia que no sea una mera palabra vacía de contenido.

Tengo la impresión de que es una percepción compartida por los que fuimos estudiantes secundarios en los 80 e integramos el Comité Pro FESES y la FESES.

Lo comentamos con Javiera Parada frente a los vetustos muros del Liceo de Aplicación. Me lo señaló Juan Azócar, presidente del Centro de Alumnos del Liceo Barros Borgoño en 1985, mientras caminábamos hacia la “Universidad del Matadero”. Lo compartimos también con mis ex compañeros del Insuco Nº 2, cuando recorrimos sus viejas aulas. Se lo he dicho a los “pingüinos” en movimiento con los que he tenido ocasión de dialogar, desde el Liceo 4 de Niñas hasta el Colegio San Ignacio.

La capacidad organizativa demostrada por los estudiantes secundarios, su horizontalidad y carácter democrático, la calidad de su dirigencia, la contundencia de sus demandas, el coraje que han demostrado, logró seducir a una sociedad cansada.

Por cierto, no ha sido fácil. Desde el primer momento han estado sometidos al acoso del poder. Y en la medida que el movimiento ha persistido y se ha desarrollado, también se han multiplicado las maniobras tendientes a fracturarlo y debilitarlo, o escamotear parte de su contenido básico. Algunas han sido evidentes y desenfadadas, y otras subrepticias y sutiles, pasando casi desapercibidas.

Una de esas últimas es una curiosa “operación mediática”, los medios de comunicación del establishment introdujeron una idea–fuerza –en apariencia irrelevante– pero cargada de significados subyacentes, posicionándola en el imaginario colectivo.

Tuvo su expresión más acabada en “La Tercera” del pasado 29 de mayo, el mismo día que se realizaría el primer fracasado intento de diálogo entre el Ministerio de Educación y los estudiantes, y cuando era inminente la convocatoria al paro nacional.

La nota principal sobre este tema, a página completa, tenía el titular: “Escolares definen hoy mayor paro nacional de educación desde 1972”.

Esa idea–fuerza fue inmediatamente recogida y repetida una y otra vez en los despachos informativos de los más diversos medios informativos, incluso por “Crónica Digital”, los cuales sostuvieron que la movilización de los estudiantes secundarios es “la mayor que se ha producido desde hace 34 años”.

Una semana más tarde, y cuando era inminente la cristalización del “paro social” al que convocaba la Asamblea de Estudiantes Secundarios, “La Tercera” publicó el 4 de junio un reportaje que sostenía que “el único precedente de un movimiento emblemático de estudiantes secundarios en Chile data de 1972”.

HACE 34 AÑOS

A comienzos de 1972, la Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago (FESES) se encontraba presidida por un joven de la Democracia Cristiana, Guillermo Yunge, que el año anterior arrebató la conducción a la izquierda, en el primer triunfo opositor en el mundo juvenil tras la elección de Salvador Allende como Presidente de la República.

Yunge otorgó a esta Federación una orientación de enfrentamiento a la Unidad Popular, con movilizaciones en las calles y tomas de liceos, transformándose en una pieza clave de la primera etapa de la ofensiva desestabilizadora. En este panorama, los estudiantes de izquierda pusieron en marcha una táctica de contención de los opositores y de cerrar filas con el Gobierno.

Al respecto, ese primer reporte de “La Tercera”, el 29 de mayo, sostenía enfáticamente que “hasta hoy, la organización de los escolares sólo se puede comparar con la de la Federación de Estudiantes Secundarios (FESES), creada en los años 60 y que en 1972 realizó su primera paralización nacional en repudio al entonces ministro de Educación, Aníbal Palma. Ese paro en octubre tuvo una convocatoria de 400 mil estudiantes entre los escolares de Santiago y 18 federaciones provinciales. Las movilizaciones no fueron simultáneas, pero fueron más violentas, pues la toma del Liceo Nº 12 de Niñas dejó 40 heridos. No hubo vacaciones de invierno y Palma renunció”.

Un poco más adelante, añadió: “La FESES –que tuvo entre sus filas al ex embajador de Chile en Costa Rica, Guillermo Yunge y a Andrés Allamand, entre otros– exigía que se acabara la designación de directores y pudieran formar centros de alumnos, entre otras demandas”.

Resultan impresionantes las impresiones del reporte de “La Tercera”. Así por ejemplo, mezcla movilizaciones diferentes (una realizada en octubre, en que la FESES se sumó al Paro Nacional convocado por la Confederación Nacional de Dueños de Camiones, y un paro realizado un mes antes, en torno al cual se produjeron los incidentes en el Liceo Nº 12 de Conchalí) y atribuye mecánicamente la salida de Aníbal Palma del Ministerio de Educación al conflicto, en circunstancias que dejó la cartera a raíz del reordenamiento del Gabinete realizado por el Presidente Allende para dar salida a la crisis de octubre (luego asumió la Secretaría General de Gobierno).

Es insólito que se sostenga que una de las demandas de la FESES en esos tiempos era que “pudieran formar centros de alumnos”… Hasta el golpe de Estado, los estudiantes secundarios tenían completa libertad para constituir centros de alumnos y federarse. Por tanto, jamás fue una demanda estudiantil en esa época.

Por otro lado, las movilizaciones de mayor envergadura contra el Gobierno de la UP no se registraron en 1972, sino al año siguiente.

En noviembre de 1972 hubo elecciones en la FESES, la que terminó escindida entre la izquierda, representada por el hoy senador socialista Camilo Escalona, y los opositores liderados por el democristiano Miguel Salazar.

La fracción opositora retomó el camino del enfrentamiento con el Gobierno, el que llegó a su mayor nivel de masividad en 1973, a propósito del rechazo al proyecto de Escuela Nacional Unificada (ENU). La batalla contra este proyecto de reforma educacional, a la larga, fue una pieza clave en la creación de condiciones sociales para el golpe. El actual senador de RN, Andrés Allamand, era entonces dirigente estudiantil y recogió parte de esas experiencias en un libro publicado en 1974 con el título “No Virar Izquierda”.

El reportaje de “La Tercera” del 4 de junio se refiere exclusivamente a esas elecciones de la FESES, pero omite toda referencia a las acciones en contra de la ENU.

Un detalle: también recuerda al candidato del MIR, Luis Valenzuela, aunque omite que fue secuestrado por la DINA el 10 de enero de 1975, fecha desde la que se encuentra en las nóminas de detenidos–desaparecidos.

Con todo, aquellas imprecisiones no son el problema de fondo…

La premisa de “La Tercera” es que “el único precedente de un movimiento emblemático de estudiantes secundarios data de 1972”, y que la actual movilización y organización estudiantil “sólo se puede comparar” con la existente ese año en contra del Gobierno de la Unidad Popular.

En definitiva, se posiciona como el antecedente de lo que ocurre en los liceos del país a una movilización de carácter antisocialista, que nunca llegó a representar la totalidad de los estudiantes secundarios y que se vincula con el proceso fundacional de la dictadura.

El problema es que constituyen afirmaciones falsas, que adulteran los hechos históricos.

Y HACE 20 AÑOS

En mayo de 1986 comenzó un proceso de movilización de los estudiantes secundarios en rechazo a una medida clave que entonces resolvió imponer la dictadura: completar el proceso de municipalización de los liceos públicos, que se había iniciado en 1981 como uno de los pilares básicos de su proyecto de “modernización” del sistema de educación. Los establecimientos afectados eran los “emblemáticos”. Al mismo tiempo, se privatizó a los liceos técnico–profesionales.

Fue una movilización de enorme envergadura, la que logró involucrar al conjunto de los estudiantes secundarios, más allá del “activo democrático”, y que les dio visibilidad en la confrontación con la dictadura. Se paralizaron las clases por casi dos meses, con los liceos en toma y marchas por las calles de Santiago. Estas acciones fueron respaldadas por los padres y apoderados, y el Magisterio agrupado en la Agrupación de Educadores de Chile (AGECH) y el recién democratizado Colegio de Profesores.

Hubo centenares de estudiantes arrestados, golpeados y vejados, e incluso una víctima fatal: la adolescente Guadalupe Chamorro Leiva.

El ministro de Educación, Sergio Gaete, se reunió con la dirigencia estudiantil, aunque para notificarlos de los detalles de la medida y precisar que su opinión no sería tomada en consideración. A partir de esta premisa y ocupando la represión como la herramienta principal, el régimen apostó a una táctica de desgaste que terminó resultando exitosa: la movilización se agotó a comienzos de julio y la municipalización se impuso.

En curiosa sincronía histórica, ese paro estudiantil comenzó exactamente 20 años antes del inicio de la actual movilización de los estudiantes secundarios.

En abril de 1985 se había constituido el Comité Pro–FESES, con el propósito de lograr la reconstrucción de la Federación disuelta luego del golpe, y de luchar por conquistar demandas que incluían aspectos como la democratización de los Centros de Alumnos y el acceso igualitario al pase escolar y la Prueba de Aptitud Académica (que antecedió a la PSU). Por su rechazo al modelo educativo de la dictadura, asumió también la lucha contra la municipalización.

Su primera movilización de envergadura fue la Toma del Liceo A 12 en julio de 1985, la que terminó resultando en la renuncia del ministro de Educación, Horacio Aránguiz.

En el colmo de la tergiversación histórica, el reporte de “La Tercera” del 29 de mayo señalaba que “la última toma habría sido (sic) en 1985 en el Liceo Arturo Alessandri A–12”, poniendo en duda la realidad de esa movilización y, lo más grave, vinculándola con las acciones emprendidas más de una década antes contra la Unidad Popular.

La lucha de los estudiantes secundarios en la dictadura permaneció invisibilizada para la memoria histórica hasta que fueron recuperados por “Actores Secundarios”, documental que se ha transformado notoriamente en referente de significación para los estudiantes ahora en movimiento (lo que, por cierto, no ocurre en modo alguno con los hechos de hace 34 años atrás).

¿Por qué se intenta velar la existencia de aquellas luchas de los estudiantes secundarios en los 80?

Un dato importante: la irrupción de los intentos de asociar la actual lucha estudiantil con la protesta de un sector de la FESES contra el Gobierno de Allende fue coincidente con la emergencia de la derecha política en la controversia sobre la educación chilena que fue desencadenada por la movilización estudiantil. Desde los elencos dirigentes de la UDI y RN se levantó un discurso con dos componentes básicos: señalar que asumían la legitimidad de las demandas estudiantiles, que “comprendían” su movimiento y que la responsabilidad de lo ocurrido se circunscribía sólo a las políticas de los Gobiernos de la Concertación en esa materia.

Poco más tarde, la UDI se encargaría de precisar los alcances de su postura: no están dispuestos a revisar la Ley Orgánica Constitucional de Educación (LOCE).

La reiteración mediática en ubicar a 1972 como el referente de la actual movilización pretende establecer en la opinión pública una burda falacia: los estudiantes secundarios se alzaron hace 34 años contra un Gobierno encabezado por un Mandatario socialista, al igual que hoy se enfrentan a un Gobierno con una Presidenta socialista… O sea, se trata de resignificar el actual conflicto, para aumentar el costo político del oficialismo.

Sin embargo, no es sólo eso. Pareciera que también se busca escamotear el contenido de la lucha que hoy desarrollan los estudiantes.

PROBLEMA DE FONDO

La dictadura diseñó e implementó una profunda reforma del sistema educacional desde 1981, mediante la imposición de diferentes normas, en coherencia con el modelo de país que instaló. Se trataba de despojar a la educación de su carácter de derecho social, para poner énfasis en la “libertad de educación”, es decir, la libertad de emprendimiento del capital privado en la educación, transformándola crecientemente en un bien adquirible conforme a la oferta y la demanda, en el marco de la economía de libre mercado.

Cuando expiraba su permanencia en el Gobierno, el 10 de marzo de 1990, garantizó la protección estratégica de esta transformación mediante la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), cuya promulgación tenía una evidente racionalidad: “blindar” el modelo e impedir que se le introdujeran reformas.

La derecha fue la autora del modelo educacional impuesto por la dictadura, así como del modelo de desarrollo en que se encuentra inserto. Y hoy son sus defensores.

En este contexto, provocan indignación las declaraciones de sus portavoces señalando que “comprenden” la protesta de los estudiantes secundarios, en circunstancias que ellos son los creadores del modelo educacional contra el que los jóvenes se han rebelado… El problema, que los dirigentes estudiantiles parecen comprender con total rigurosidad, no se reduce a una “ineficiencia” de los Gobiernos de la Concertación para “administrar” el sistema, ni tampoco se resolverá con cambios cosméticos que no afecten lo esencial de esa concepción del sistema educacional.

¿Hacia adonde apunta la crítica y la protesta de los estudiantes? Lo gritan en las calles, lo sostienen sus dirigentes en cada tribuna, lo proclaman los lienzos en las paredes de los liceos tomados: se rebelan contra la “educación de mercado”.

El cuestionamiento a la Concertación es que sus cuatro Gobiernos no han demostrado la voluntad de modificar el sistema educacional que heredaron (como, por lo demás, ha ocurrido en otros ámbitos de la vida social).

¿Cuál era el fundamento reivindicativo de la movilización del movimiento estudiantil en los liceos de la aciaga década de los 80?

Lo hemos indicado: el rechazo a la municipalización de los liceos públicos científico–humanistas, a la privatización de los establecimientos de carácter técnico–profesional, al proyecto del régimen para la educación. Eran demandas por la revalorización del papel del Estado en garantizar el derecho a la educación para todas las chilenas y chilenos. Y se formulaban exigencias asociadas a esa materia: la gratuidad de la Prueba de Aptitud Académica y el acceso al pase escolar. En una frase ya citada: era una rebelión contra la “educación de mercado”.

La lucha del movimiento estudiantil secundario de los 80 formaba parte constitutiva de una lucha más amplia, vinculada al propósito de poner fin a la dictadura. En ese sentido, hizo una contribución significativa, pero en lo que se refiere a sus demandas específicas no se logró triunfar: el régimen militar logró imponer su proyecto, y tres años y medio después promulgó la LOCE para garantizar su perpetuación.

En este sentido, la lucha que hoy desarrollan los estudiantes secundarios es continuidad programática, en lo esencial, de la que protagonizaron los estudiantes secundarios de los 80. El proyecto educativo con el cual se enfrentaron los estudiantes hace 20 años se logró imponer y continuó en el tiempo sin modificaciones a sus premisas básicas. Y los estudiantes de estos días decidieron que no estaban dispuestos a seguir soportándolo.

Por eso, el intento por velar el recorrido del movimiento estudiantil en los 80 se explica por el propósito de encubrir que el origen de la protesta del 2006 hunde sus raíces en el sistema educacional que impuso la derecha en el tiempo de la dictadura militar y cuyos contenidos programáticos continúa sustentando (hasta ahora, con la cooperación de los Gobiernos de la Concertación).

Y no sólo se trata de eludir responsabilidades de carácter político e histórico. Lo que se pretende instalar es que la resolución al conflicto, no requiere un cambio de sistema.

En todo caso, los estudiantes en movimiento no ignoran la historia que los precedió. Lo más importante: han demostrado una lucidez tremenda y fecunda para diagnosticar con rigor el mal que los afecta y el horizonte hacia el que tienen que transitar.

Lo comentó María Huerta, dirigente de la Asamblea de Estudiantes Secundarios, en la revista “Pluma y Pincel”: “Este movimiento se parece a las protestas estudiantiles de los años 80 contra Pinochet”. Me lo dijeron las alumnas del Liceo 7 de Niñas de Santiago: “Somos la continuidad de las luchas de los años 80, cuando los estudiantes no pudieron triunfar. Ahora vamos a vencer: lo haremos por nosotros y también por los que lucharon hace 20 años”.

Esa hermosa lucidez permite que el aire parezca más respirable en estos días.