En la perspectiva del mensaje cristiano, no podía resultar más pertinente que las comunidades cristianas populares lo realizaran en esta Semana Santa, como en otras oportunidades, en la Villa Grimaldi.
El Vía Crucis Popular comenzó temprano el pasado Viernes Santo, cuando a las 10.30 horas una multitud de cerca de 500 personas se congregó en Avenida Tobalaba con José Arrieta, bajo una convocatoria que señalaba que “el pueblo cristiano hace memoria del martirio de Cristo en la cruz y de miles de hermanos y hermanas en el centro de tortura Villa Grimaldi, renovando su compromiso con la justicia”.
Ese mismo día, el diario oficialista “La Nación” señalaba que “uno de los Vías Crucis más concurridos y simbólicos de la capital es el de Villa Grimaldi”.
La Villa Grimaldi, ubicada a la altura del 8.200 de José Arrieta, fue el recinto secreto de detención y tortura más importante de la DINA. El local, conocido por los agentes de la DINA como “Cuartel Terranova”, se puso en funcionamiento en 1974, como sede de la Brigada de Inteligencia Metropolitana y luego se fueron trasladando más unidades. Por allí pasaron centenares de prisioneros, que fueron sometidos a brutales torturas y tratos degradantes. Una parte de ellos, desapareció para siempre.
Hasta el golpe de Estado de 1973, era propiedad de Emilio Vasallo, quien la transformó en un restaurante y lugar de reunión de políticos, intelectuales y artistas, luego de haber sido propiedad de la Compañía de Jesús en la época colonial, para luego pasar a manos de Juan Egaña, padre de Mariano Egaña, y después de José Arrieta y Pereda.
Sobre sus terrenos y escombros, en marzo de 1997 se entregó a la comunidad un Parque por la Paz, como contribución a la defensa de la memoria histórica del país.
El sacerdote católico Humberto Guzmán declaró que “el sentido es poder caminar con la Iglesia y el pueblo de Dios recordando lo que Cristo hizo. Hacemos memoria de un Cristo vivo que ha sufrido, ha sido vejado, azotado y torturado”.
El laico Rafael Venegas, el director del Centro Ignacio Ellacuría y uno de los históricos impulsores de esta actividad, explicó a Crónica Digital que el Vía Crucis se celebra “en memoria en memoria de la muerte martirial de Jesús y de todos y todas las víctimas de la injusticia y del poder opresor en el mundo”, con la convicción de que “la memoria de la Cruz es esperanza de liberación”.
La convocatoria al “Vía Crucis Popular” fue realizada por comunidades cristianas y por organizaciones del mundo cristiano popular, como el Comité Oscar Romero, el Centro Ecuménico Diego de Medellín, el Centro de Desarrollo Popular Ignacio Ellacuría, la revista “Reflexión y Liberación”, el Centro de Encuentro y Formación Pedro Mariqueo de La Victoria, la Corporación Urracas de Emaús, el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), entre muchos otros.
También suscribieron esta convocatoria la Federación de Estudiantes de la Universidad Alberto Hurtado, el Movimiento de Reforma Universitaria de la Universidad Católica (MRU) y el partido Izquierda Cristiana de Chile, cuyo presidente, el abogado Manuel Jacques, fue el único dirigente político nacional que participó en la iniciativa.
Entre las personalidades que asistieron se encontraban el ex diputado Patricio Hurtado, uno de los primeros que en los años 60 enarboló en el campo político la identidad del cristianismo popular. Llegó en una silla de ruedas, pero estuvo a lo largo de todo el recorrido. También estuvo el reconocido poeta Jorge Montealegre, que luego del golpe de Estado, cuando aún era estudiante secundario, estuvo recluido en el Estadio Nacional y en el campo de concentración de Chacabuco.
Por su carácter ecuménico, llegaron figuras del mundo protestante, comprometidas con la defensa de los derechos humanos, como el pastor Pedro Zabala, de la Confraternidad Cristiana de Iglesias, y el obispo luterano Helmuth Frenz, uno de los fundadores del Comité Pro Paz.
La primera estación del Vía Crucis fue en el mismo lugar donde se emplazó la “toma” de Peñalolén. Allí, bajo una fuerte presencia policial, se refirieron a la situación que hoy viven los pobres con el Transantiago y una “modernidad” no considera debidamente la dignidad de la persona humana.
Y avanzaron, cantando: “Un pueblo que camina por el mundo, gritando ven Señor, un pueblo que busca en esta vida la gran liberación”.
La emoción se desbordó cuando las decenas de hombres y mujeres entraron a la Villa Grimaldi, cruzaron la puerta principal, cubierta con una sábana negra. A un costado, una cruz de madera proclamaba: “Caín, ¿qué has hecho con tu hermano?”...
Todos se estremecieron con el recuerdo aciago que ronda el lugar, mientras la multitud cantaba “Para que nunca más en Chile”. No pocos lloraban.
Los “signos” abundaron al interior del ex centro de tortura y exterminio, hoy convertido en Parque de la Paz. Los asistentes se arrodillaron, se tomaron de las manos, besaron el suelo de la Villa e hicieron la oración del Padre Nuestro. Las estaciones fueron ahora en el memorial de los nombres de los prisioneros y luego en “La Torre”, una construcción en cuyo interior la DINA construyó diez estrechos espacios para mantener reclusos, de unos 70 x 70 centímetros y unos dos metros de alto. No pocos desaparecieron desde ese lugar.
Finalmente, se dirigieron hacia el portón, hoy clausurado, por el cual ingresaban y salían los camiones frigoríficos y los automóviles de la DINA, cargados de prisioneros. En ese lugar hubo un emotivo gesto. El padre José Aldunate bendijo las dos llaves del lugar y a continuación las entregó a dos jóvenes, Berta Venegas y Gonzalo Layseca, en un modo de representar a los muy numerosos representantes de las nuevas generaciones que han venido participando en el Vía Crucis.
El “Vía Crucis” terminó en medio de cantos y bailes, proclamando la alegría por la vida que es capaz de derrotar a la muerte, como en la Resurrección de Jesucristo.
Como lo resumió el matutino “La Cuarta”, fue uno de los Vías Crucis “más emotivos de todo el país”. No pensaba lo mismo uno de los carabineros apostados en el lugar, el que se acercó agresivamente a uno de los participantes, en una desproporcionada reacción a una amable broma.
El fin del régimen militar coincidió con el repliegue del cristianismo popular al interior de la Iglesia Católica. La Coordinadora de Comunidades Cristianas Populares terminó por extinguirse y el Vía Crucis dejó de realizarse durante largos años. El último fue en 1990, en la zona norte de Santiago, y culminó en calle Pedro Donoso, uno de los sitios en que se ejecutó la “Operación Albania”.
Sin embargo, hace unos años la iniciativa volvió a retomarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario