lunes, 16 de abril de 2007

SILVIO Y EL ENCUENTRO CON LOS SUEÑOS


El punto de partida de la noche fue el “Escaramujo”. Los cerca de 15 mil asistentes al tercer recital de Silvio Rodríguez en el Arena Santiago, lo escucharon conmocionados proclamar que “saber no puede ser un lujo” y que “si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo".

Esa enorme capacidad de transformar la memoria en presente, de reflejar el inconsciente colectivo y encarnar en la vida concreta la poesía y los acordes, fue la constante de una presentación que se extendió por más de dos horas y media.

La carne de gallina, un amasijo de emociones y la revalidación del ejercicio de soñar acompañaron a través de más de treinta canciones.

Pasadas las 21:00 horas, apareció primero el Trío Trovarroco de Santa Clara (guitarra, contrabajo acústico y tres), junto con el percusionista Oliver Valdés, recibidos con una ovación. Silvio apareció poco después que la joven flautista Niurka González, su actual mujer, con la que tiene una hija, la pequeña Malva.

El Arena Santiago pareció tambalearse. Luego de “Escaramujo”, siguió “El Papalote”, seguida por todo el público, que ya no paró de hacer de coro en toda la noche.

Como es su costumbre, habló poco, o más bien mucho, pero a través de las canciones, de temas emblemáticos de toda su carrera, con potentes e inéditos arreglos musicales, que desconcertaban y llenaban de asombro, como por ejemplo “Óleo de una mujer con sombrero”, que fue refrescada con citas de jazz.

También hubo temas del disco que venía a presentar, “Érase que se era”, un puñado de canciones prácticamente desconocidas, compuestas entre 1968 y 1970, que estaban sin grabar. Una de ellas fue “Judith”, con versos que dicen: “No puedo dejarte de ver / describiendo una estrella descubierta por mí / en tu erótica constelación / que no cabe en los mapas del cielo”.

No había transcurrido mucho tiempo cuando leyó un poema de un amigo suyo, el cual fue presentado “el mejor poeta de mi generación”. El poema resultó ser “Halt!”, de Luis Rogelio Nogueras, un estremecedor recorrido por el campo de Auschwitz, que –frente al conflicto con el pueblo palestino– acababa diciendo a los judíos: “Pienso en ustedes, y en vuestro largo y doloroso camino y no acierto a comprender cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno”.

Continuó el concierto y frente a un grito de un espectador, expresando solidaridad con la Revolución Cubana, Silvio respondió con un “¡Viva Fidel!”. A continuación, precisó con sarcasmo: “Si a alguien no le gusta, que me perdone. Lo dije sin querer”…

Y, aunque no hubo ningún discurso político, el trovador cubano dejó clara su postura en varias canciones esclarecedoras: “Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre, en este mundo, en este instante”, de “Pequeña serenata diurna”; o bien “para darme un rinconcito en sus altares, me vienen a convidar a arrepentirme, me vienen a convidar a que no pierda, me vienen a convidar a tanta mierda (...) yo me muero como viví” de “El necio”.

En un momento, dejó el protagonismo al Trío Trovarroco, que presentó un bien logrado homenaje a Compay Segundo, pero enseguida regresó para cantar en solitario.

A lo largo de la noche se sucedieron temas de tan enorme belleza como “Días y Flores”, “Playa Girón”, “Canción del elegido”, “Quien fuera”, “Una mujer se ha perdido”, “La Era está pariendo un corazón”, “La Maza” y Ojalá”.

Silvio Rodríguez debió volver seis veces para contentar al público, el que no cesaba de aclamarlo y reclamar su presencia en el escenario. El Arena Santiago entero puesto en pie, pataleos en la platea y galería cada vez que el trovador se marchaba, y nuevos bises.

Y fue así que, acompañado de miles de gargantas ya casi afónicas, el cantautor cubano se despidió del público de Santiago. Eran cerca de las 23:30 horas.

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