lunes, 16 de abril de 2007

VÍA CRUCIS POPULAR EN VILLA GRIMALDI

Es la forma en latín de “Camino de la Cruz”, refiriéndose al camino de Jesús en ruta al Calvario: “Vía Crucis”. También es conocido como “Vía Dolorosa”.

En la perspectiva del mensaje cristiano, no podía resultar más pertinente que las comunidades cristianas populares lo realizaran en esta Semana Santa, como en otras oportunidades, en la Villa Grimaldi.

El Vía Crucis Popular comenzó temprano el pasado Viernes Santo, cuando a las 10.30 horas una multitud de cerca de 500 personas se congregó en Avenida Tobalaba con José Arrieta, bajo una convocatoria que señalaba que “el pueblo cristiano hace memoria del martirio de Cristo en la cruz y de miles de hermanos y hermanas en el centro de tortura Villa Grimaldi, renovando su compromiso con la justicia”.

Ese mismo día, el diario oficialista “La Nación” señalaba que “uno de los Vías Crucis más concurridos y simbólicos de la capital es el de Villa Grimaldi”.

La Villa Grimaldi, ubicada a la altura del 8.200 de José Arrieta, fue el recinto secreto de detención y tortura más importante de la DINA. El local, conocido por los agentes de la DINA como “Cuartel Terranova”, se puso en funcionamiento en 1974, como sede de la Brigada de Inteligencia Metropolitana y luego se fueron trasladando más unidades. Por allí pasaron centenares de prisioneros, que fueron sometidos a brutales torturas y tratos degradantes. Una parte de ellos, desapareció para siempre.

Hasta el golpe de Estado de 1973, era propiedad de Emilio Vasallo, quien la transformó en un restaurante y lugar de reunión de políticos, intelectuales y artistas, luego de haber sido propiedad de la Compañía de Jesús en la época colonial, para luego pasar a manos de Juan Egaña, padre de Mariano Egaña, y después de José Arrieta y Pereda.

Sobre sus terrenos y escombros, en marzo de 1997 se entregó a la comunidad un Parque por la Paz, como contribución a la defensa de la memoria histórica del país.

El sacerdote católico Humberto Guzmán declaró que “el sentido es poder caminar con la Iglesia y el pueblo de Dios recordando lo que Cristo hizo. Hacemos memoria de un Cristo vivo que ha sufrido, ha sido vejado, azotado y torturado”.

El laico Rafael Venegas, el director del Centro Ignacio Ellacuría y uno de los históricos impulsores de esta actividad, explicó a Crónica Digital que el Vía Crucis se celebra “en memoria en memoria de la muerte martirial de Jesús y de todos y todas las víctimas de la injusticia y del poder opresor en el mundo”, con la convicción de que “la memoria de la Cruz es esperanza de liberación”.

La convocatoria al “Vía Crucis Popular” fue realizada por comunidades cristianas y por organizaciones del mundo cristiano popular, como el Comité Oscar Romero, el Centro Ecuménico Diego de Medellín, el Centro de Desarrollo Popular Ignacio Ellacuría, la revista “Reflexión y Liberación”, el Centro de Encuentro y Formación Pedro Mariqueo de La Victoria, la Corporación Urracas de Emaús, el Servicio Paz y Justicia (SERPAJ), entre muchos otros.

También suscribieron esta convocatoria la Federación de Estudiantes de la Universidad Alberto Hurtado, el Movimiento de Reforma Universitaria de la Universidad Católica (MRU) y el partido Izquierda Cristiana de Chile, cuyo presidente, el abogado Manuel Jacques, fue el único dirigente político nacional que participó en la iniciativa.

Entre las personalidades que asistieron se encontraban el ex diputado Patricio Hurtado, uno de los primeros que en los años 60 enarboló en el campo político la identidad del cristianismo popular. Llegó en una silla de ruedas, pero estuvo a lo largo de todo el recorrido. También estuvo el reconocido poeta Jorge Montealegre, que luego del golpe de Estado, cuando aún era estudiante secundario, estuvo recluido en el Estadio Nacional y en el campo de concentración de Chacabuco.

Por su carácter ecuménico, llegaron figuras del mundo protestante, comprometidas con la defensa de los derechos humanos, como el pastor Pedro Zabala, de la Confraternidad Cristiana de Iglesias, y el obispo luterano Helmuth Frenz, uno de los fundadores del Comité Pro Paz.

La primera estación del Vía Crucis fue en el mismo lugar donde se emplazó la “toma” de Peñalolén. Allí, bajo una fuerte presencia policial, se refirieron a la situación que hoy viven los pobres con el Transantiago y una “modernidad” no considera debidamente la dignidad de la persona humana.

Y avanzaron, cantando: “Un pueblo que camina por el mundo, gritando ven Señor, un pueblo que busca en esta vida la gran liberación”.

La emoción se desbordó cuando las decenas de hombres y mujeres entraron a la Villa Grimaldi, cruzaron la puerta principal, cubierta con una sábana negra. A un costado, una cruz de madera proclamaba: “Caín, ¿qué has hecho con tu hermano?”...

Todos se estremecieron con el recuerdo aciago que ronda el lugar, mientras la multitud cantaba “Para que nunca más en Chile”. No pocos lloraban.

Los “signos” abundaron al interior del ex centro de tortura y exterminio, hoy convertido en Parque de la Paz. Los asistentes se arrodillaron, se tomaron de las manos, besaron el suelo de la Villa e hicieron la oración del Padre Nuestro. Las estaciones fueron ahora en el memorial de los nombres de los prisioneros y luego en “La Torre”, una construcción en cuyo interior la DINA construyó diez estrechos espacios para mantener reclusos, de unos 70 x 70 centímetros y unos dos metros de alto. No pocos desaparecieron desde ese lugar.

Finalmente, se dirigieron hacia el portón, hoy clausurado, por el cual ingresaban y salían los camiones frigoríficos y los automóviles de la DINA, cargados de prisioneros. En ese lugar hubo un emotivo gesto. El padre José Aldunate bendijo las dos llaves del lugar y a continuación las entregó a dos jóvenes, Berta Venegas y Gonzalo Layseca, en un modo de representar a los muy numerosos representantes de las nuevas generaciones que han venido participando en el Vía Crucis.

El “Vía Crucis” terminó en medio de cantos y bailes, proclamando la alegría por la vida que es capaz de derrotar a la muerte, como en la Resurrección de Jesucristo.

Como lo resumió el matutino “La Cuarta”, fue uno de los Vías Crucis “más emotivos de todo el país”. No pensaba lo mismo uno de los carabineros apostados en el lugar, el que se acercó agresivamente a uno de los participantes, en una desproporcionada reacción a una amable broma.

En la dictadura militar, el Vía Crucis organizado por la Coordinadora de Comunidades Cristianas Populares fue una de las principales formas de expresión del movimiento de comunidades eclesiales de base, con enorme influencia en ese período, y se transformó en una manifestación de la resistencia del pueblo cristiano. Se realizaba anualmente en localidades populares de las diferentes zonas de Santiago.

El fin del régimen militar coincidió con el repliegue del cristianismo popular al interior de la Iglesia Católica. La Coordinadora de Comunidades Cristianas Populares terminó por extinguirse y el Vía Crucis dejó de realizarse durante largos años. El último fue en 1990, en la zona norte de Santiago, y culminó en calle Pedro Donoso, uno de los sitios en que se ejecutó la “Operación Albania”.

Sin embargo, hace unos años la iniciativa volvió a retomarse.


SILVIO Y EL ENCUENTRO CON LOS SUEÑOS


El punto de partida de la noche fue el “Escaramujo”. Los cerca de 15 mil asistentes al tercer recital de Silvio Rodríguez en el Arena Santiago, lo escucharon conmocionados proclamar que “saber no puede ser un lujo” y que “si saber no es un derecho, seguro será un izquierdo".

Esa enorme capacidad de transformar la memoria en presente, de reflejar el inconsciente colectivo y encarnar en la vida concreta la poesía y los acordes, fue la constante de una presentación que se extendió por más de dos horas y media.

La carne de gallina, un amasijo de emociones y la revalidación del ejercicio de soñar acompañaron a través de más de treinta canciones.

Pasadas las 21:00 horas, apareció primero el Trío Trovarroco de Santa Clara (guitarra, contrabajo acústico y tres), junto con el percusionista Oliver Valdés, recibidos con una ovación. Silvio apareció poco después que la joven flautista Niurka González, su actual mujer, con la que tiene una hija, la pequeña Malva.

El Arena Santiago pareció tambalearse. Luego de “Escaramujo”, siguió “El Papalote”, seguida por todo el público, que ya no paró de hacer de coro en toda la noche.

Como es su costumbre, habló poco, o más bien mucho, pero a través de las canciones, de temas emblemáticos de toda su carrera, con potentes e inéditos arreglos musicales, que desconcertaban y llenaban de asombro, como por ejemplo “Óleo de una mujer con sombrero”, que fue refrescada con citas de jazz.

También hubo temas del disco que venía a presentar, “Érase que se era”, un puñado de canciones prácticamente desconocidas, compuestas entre 1968 y 1970, que estaban sin grabar. Una de ellas fue “Judith”, con versos que dicen: “No puedo dejarte de ver / describiendo una estrella descubierta por mí / en tu erótica constelación / que no cabe en los mapas del cielo”.

No había transcurrido mucho tiempo cuando leyó un poema de un amigo suyo, el cual fue presentado “el mejor poeta de mi generación”. El poema resultó ser “Halt!”, de Luis Rogelio Nogueras, un estremecedor recorrido por el campo de Auschwitz, que –frente al conflicto con el pueblo palestino– acababa diciendo a los judíos: “Pienso en ustedes, y en vuestro largo y doloroso camino y no acierto a comprender cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno”.

Continuó el concierto y frente a un grito de un espectador, expresando solidaridad con la Revolución Cubana, Silvio respondió con un “¡Viva Fidel!”. A continuación, precisó con sarcasmo: “Si a alguien no le gusta, que me perdone. Lo dije sin querer”…

Y, aunque no hubo ningún discurso político, el trovador cubano dejó clara su postura en varias canciones esclarecedoras: “Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre, en este mundo, en este instante”, de “Pequeña serenata diurna”; o bien “para darme un rinconcito en sus altares, me vienen a convidar a arrepentirme, me vienen a convidar a que no pierda, me vienen a convidar a tanta mierda (...) yo me muero como viví” de “El necio”.

En un momento, dejó el protagonismo al Trío Trovarroco, que presentó un bien logrado homenaje a Compay Segundo, pero enseguida regresó para cantar en solitario.

A lo largo de la noche se sucedieron temas de tan enorme belleza como “Días y Flores”, “Playa Girón”, “Canción del elegido”, “Quien fuera”, “Una mujer se ha perdido”, “La Era está pariendo un corazón”, “La Maza” y Ojalá”.

Silvio Rodríguez debió volver seis veces para contentar al público, el que no cesaba de aclamarlo y reclamar su presencia en el escenario. El Arena Santiago entero puesto en pie, pataleos en la platea y galería cada vez que el trovador se marchaba, y nuevos bises.

Y fue así que, acompañado de miles de gargantas ya casi afónicas, el cantautor cubano se despidió del público de Santiago. Eran cerca de las 23:30 horas.